viernes, 23 de diciembre de 2016

Desde lo alto del hueco de la escalera, alguien está observando


Locura. ¡Qué miedo produce pronunciar esa palabra! Siempre, todos en nuestras vidas hemos temido alguna vez a ese oscuro ser que se debate, que en nuestra imaginación da vueltas y revueltas sobre sí mismo, y grita desaforado con toda la fuerza de la sinrazón. Es el espejo que refleja nuestro propio absurdo de personajes que nacen para vivir y morir encorbatados, mientras justificamos un mundo de mierda con razones de consecuente piel de pescadilla huera.



El lugar del crimen.

Estamos vacíos, representamos una astracanada o un sainete ligero con un trasfondo trágico, nos mordemos la cola para no reconocer que sólo somos autómatas en un mundo mareado de dar vueltas y no queremos pensar ni aun nombrar el origen y destino propios, sentir ni sentirnos siquiera, porque eso supondría replantearnos nuestras vidas y descubrir el verdadero juego: cómicos de una obra extraña, sin fuste, cuyo marco es un baile de disfraces, llegamos a mitad de un acto, y nos introducen y dan un papel, por el que nos pagan más o menos. Nos preocupa la importancia de nuestro personaje y que nadie nos quite nuestras pertenencias, que guardamos celosamente como perro de hortelano. Y en determinado momento -a cada uno le llega el suyo-, somos expulsados de la sala, desnudos, ya sin máscaras, despojados de nuestros bienes… Y nadie vuelve para contar cómo es el exterior que todos tememos, si se vive en él y cómo. En este drama, la mayoría somos marionetas y algunos manejan los hilos, pero todos trabajamos obedientes, y evitamos reflexionar.

Las sucesivas capas de la cebolla.

Mientras, nuestra aldea se asienta, inestable, liviana, insignificante sobre la superficie de un planeta comparablemente enorme, pero casi imperceptible dentro del sistema solar en que está enmarcado, cuyo sol se pierde en el gigantesco conglomerado de trescientos mil millones de estrellas que componen la Vía Láctea, que a su vez no es sino una minúscula mota en un desierto, comparada con el conjunto de uno a dos billones de galaxias, -ahora se calcula y eleva el número total de estrellas a setecientos cuatrillones-. No olvidemos los agujeros negros, que son vías de comunicación y transporte con otros mundos…

Esta es parte de la materia y energía habituales, pero parece ser que hay también materia y energía oscuras, que multiplicarían lo por nosotros conocido muy significativamente. Todo en el seno de un universo en expansión acelerada. Además, ¡Deben de existir tantos universos paralelos, múltiples dimensiones…!

Y volvamos hacia atrás. Pues sí: partiendo de cada uno de los infinitos universos, las múltiples dimensiones, pasando por el número ingente de galaxias con sus agujeros negros y estrellas, llegamos a nuestra pequeña galaxia, y perdido en su magnitud, nuestro Sol, y dentro, minúscula, La Tierra, los continentes, una península y en algún lugar perdido, nuestra ciudad o nuestra aldea, y luego algo ínfimo: nosotros, representando nuestra obra en un pequeño templete. Y si fuésemos capaces de mirar más allá de nuestras narices, descubriríamos que hay mundos microscópicos, atómicos, subatómicos….

Pero ante el escenario no hay público, siquiera, presenciando nuestra comedia egoica. Y nosotros, de enredo en enredo, vamos sintiéndonos cada vez más viejos, y alguna arruga, alguna cana certifican el paso de un tiempo que perdemos sin que seamos conscientes, pues vegetamos antes de marchar como reses al degolladero: cuando lanzamos el postrer quejido, ya es tarde. No hay remedio ni vuelta atrás…

Maneras de mirar.

Por eso, cuando en nuestra visión de autómata aparece alguien de cabellos largos y desordenados que grita a la luna hasta rasgar su garganta y se debate en giros y giros desorientados como monje derviche, su danza nos describe el absurdo de nuestras pobres vidas. Nuestra mezquindad al agarrarnos a la cartera, como si ese acto pudiera librarnos del naufragio, cuando lo sensato sería sumergirnos en las frías profundidades de unas aguas en el fondo acogedoras, reconfortadoras tras el ahogo inicial previo a la muerte.
Pero esta muerte es vida, porque, como decía Valle Inclán en Luces de Bohemia, el esperpento consiste en observar la realidad reflejada en los espejos deformantes del Callejón del Gato, y esta visión grotesca nos hace percibir la verdad de nuestras vidas, de ahí la Literatura del Absurdo -Ionesco-, o la Ciencia Ficción, que son otros ejemplos, y en general el arte, cuyas novedosas, revolucionarias corrientes, abriéndose una tras otra como muñecas rusas dan cuenta del mundo con virginal mirada, con ojos de niño o de viejo sabio. Y al contemplar estas obras rompedoras, surge un insight, la revelación, y de similar manera, con tan eficaz método trabaja la visión del loco en nuestras vidas.

Hallazgo del lado más amable.

Yo también he sido diagnosticado, y como ser humano estoy marcado socialmente. Pero si ahora, a la vuelta de los años, después de padecer un sufrimiento atroz, y encierro, me dieran a elegir, a mis cincuenta y cinco años, perdida la adolescencia, la juventud y la primera madurez en revueltas mentales de molinillo y dolor inefable del alma, si tuviera que escoger entre un devenir neciamente feliz y triunfante y mi actual paz consciente, en camino hacia la sabiduría, sin dudarlo abrazaría de nuevo la locura, pues el inmenso dolor y los fracasos me han hecho mucho más humano, acogedor.

Sí, ahora soy un acunador de almas, y en mi regazo sueñan los seres queridos, cercanos, el sueño de mi serenidad, y soy capaz de expresar un amor y amarte en paisajes mucho más bellos, nutrientes, ignotos, pues mi viaje ha sido largo, y en mi mochila porto canciones, relatos de mundos lejanos. Te aseguro que conmigo, ahora, jamás sorprenderás en tu boca el bostezo, ya que mi sola sonrisa y las palabras que pronuncie en tu oído, alfombra mágica son, y dragones y caballeros andantes, y espesuras y páramos de horror, bravíos mares, islas misteriosas, fondos abisales iré describiendo, desgranando fruta, dándote a probar las nueces de la inteligencia, la almendra que regala paz y prosperidad, la avellana del recogimiento en el hogar, las castañas de manos calientes al amor de la lumbre tras la lluvia y el frío.

Por ello digo que escojo el canto del orate, y no me desdigo. Así que si hoy o mañana u otro día vuestro camino se cruza con el de ese ser de pelo alborotado, garganta rajada por mil puñales, desesperación del verdaderamente afligido... Tened la seguridad de que es un afortunado, pues ha tenido la suerte de ver El Aleph de Borges. En un solo golpe de mirada ha percibido más de lo que en cien existencias nuestros ojos de humanos de vida confortable pueden registrar. Lejos de ser un desgraciado bien sería un elegido. Tarde o temprano a todos nos llega el momento de rendir cuentas y ser conscientes de la locura de este mundo. Ya estamos avisados.

Como dice Guillermo Borja en su libro La locura lo cura: “Lo que más atemoriza al ser humano es caer en una crisis, porque pone de manifiesto todo lo que está irresuelto: la dependencia, la necesidad, la carencia… No se puede resolver nada profundo si no es a través de una crisis, pues ella misma posee los elementos de la curación.”

Tira la primera piedra. La última máscara.

Si al salir de casa, mientras tu cabeza repasa las cuentas del mes, caminas hacia tu bólido andando altanero por si te miran los vecinos, y al llegar al lugar donde está aparcado, no hay rastro de él. Si empieza a llover lentamente, temes por tu traje, un relámpago incendia el cielo de repente y casi a la par de un trueno mortal comienza un chaparrón de oleaje rompiente. No hallas donde refugiarte, descubres tu pantalón enganchado en los alambres de un guardabarros, y por más que lo intentas no logras liberar la pernera. Un ciclomotor golpea tu cadera y caes al duro asfalto empapado de agua y grasa. Si no encuentras mejor modo de salir de este entuerto que quitarte el pantalón… Si aun así crees estar de suerte: dos tipos con paraguas se acercan. Ante la cortina de lluvia, les gritas, pides ayuda, cuando percibes al poco una navaja en tu garganta, y claro, a regañadientes has de soltar la cartera, la chaqueta y los zapatos. No conformes, con la hoja cortan la ropa que conservas puesta, la hacen jirones, momento en que recuerdas que estás cerca de tu casa y gritas con desafuero a quien te escuche, a la luna, incluso, que ya estará saliendo. Al alzar la vista ves reflejado en un escaparate la figura del loco que esta mañana te impresionó. Levantas los brazos de miedo ante tan amenazadora imagen: casi desnudo, se debate bajo la lluvia. Tratas de correr, pero entonces te percatas de algo sorprendente: el loco, el indigente desnudo que grita desaforado bajo la lluvia… Eres tú. Tú eres ese ser que tanto temías, que tanto horror produce… Y una loca sospecha, quizá el comienzo de algo extraño se instala en ti: no van a reconocerte ni la portera ni los vecinos ni tu familia. Quizá habrías de ir buscando un albergue donde pasar la noche. Pero por amor del cielo: lo intentarás, tratarás de convencer a todos tus seres cercanos de que ese loco, ese indigente que les habla, eres tú.

Es cuando brota de tu interior una voz ¿Será la de John Donne?: “No preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

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