jueves, 26 de mayo de 2016

El Universo: Un bebé que crece aceleradamente

          El mundo como escape. Desde un punto de vista más machista, como eyaculación. En el infeccioso, como peritonitis. Así concibo yo el Big Bang, como una penetración de materia y energía desde otro universo hacia el nuestro. Pero ¿Por qué hablar sólo aquí de universos, cuando vemos que en todos los órdenes, en el de los planetas y las estrellas, en el de las partículas atómicas y subatómicas, en el de las galaxias y agujeros negros, en el del conjunto de lo existente, hay siempre, en cierto modo, mundos, incluso a escala humana o terrestre ( Las células y sus orgánulos internos, nosotros mismos, con nuestros órganos, la Tierra como organismo vivo...), mundos, siempre mundos pequeños o grandes...?
          De modo que no deberíamos negar otros universos adyacentes, y otras escalas aún mayores, diferentes dimensiones incluso: Creo que ahora dicen los científicos que deben de existir unas once dimensiones. Además, pienso yo, que deben de coexistir todos los tiempos, pasados y presentes, incluso diferentes devenires que podríamos escoger nosotros, mejores o peores, dependiendo de nuestro amor propio, o del masoquismo u odio que tengamos hacia nosotros mismos: Sed de éxito, encuentro de la paz interior, o necesidad de queja de la propia vida, de nuestro discurrir, que podemos controlar. De algún modo decidiríamos nuestro propio destino, o al menos nuestra vivencia de él.
       
          Así pues, el mundo como escape desde otro universo, otra zona, una especie de agujero negro que transmitiera materia y energía al nuestro. Eso podría ser el Big Bang, y digo podría ser y no fue, porque quizá esa supuesta explosión de algún modo continúa, quizá estemos todavía bajo su influencia, y ello explicaría que aún el Universo siga expandiéndose y lo haga aceleradamente. Creo que en algún momento -han pasado sólo unos 13.700 millones de años desde el escape, la eyaculación. Seguramente, nuestro universo es todavía un bebé- en algún momento, como digo, el universo, atendiendo a las teorías que predicen una contracción posterior, demostrará su naturaleza elástica, y de este modo, dadas su masa, su energía, teniendo en cuenta también los recientes hallazgos de materia y energía oscuras, sucederá una implosión que invierta el tiempo y el espacio, hasta un nivel que ahora desconocemos, quizá hasta el del inicio; o simplemente, una progresiva desaceleración y el parón final; o movimientos de contracción y expansión sucesivos y eternos, que explicarían físicamente fenómenos como el déjà vu.
          El ruido de fondo de la radiación de microondas, que proviene del nacimiento del universo, daría cuenta aún de lo relativamente reciente de dicho suceso explosivo o introyección de materia y energía. La hipotética energía oscura, no sería sino el empuje que aún sufriera el mundo, al no haber cesado en sus efectos esa fuerza expansiva o Big Bang.


          A través del desarrollo personal, la práctica de la meditación, el amor, la compasión, la generosidad, la empatía... vamos tomando las riendas de nuestras propias vidas, en las que si todo funciona bien, domina el trabajo creativo y dedicado a los demás. Es decir: Que entra la persona en una dinámica muy activa, y como digo creadora, en la que las acciones van encaminadas al bien general y particular de cada ser. Todo interesa desde entonces, y no hay edad o estado físico que lo imposibilite. De este modo, la relatividad se convierte en algo vivencial. Todo, incluso el tiempo, el espacio, es elástico. Además, tengo la sensación de que aparece una especie de magia, y podemos elegir nuestro momento vital, o aún más radicalmente: Otra existencia distinta, otro enfoque, atendiendo a la dimensión o el universo elegido. De este modo, la relatividad y las consecuencias de la mecánica cuántica entran en nuestra biografía de un modo positivo, algo controladas, llevando a una felicidad creciente que podría compararse a la expansión universal acelerada. Ello redunda también en un mayor desarrollo personal, fomento de la creatividad, capacidad intelectiva, salud mental, logro de  la paz, y encuentro con el otro en una comunión de empatía, de comunicación auténtica, y de un maduro amor que parte del propio e irradia como un sol hacia todo lo demás. Ya todo interesa: El ser humano como tal, su vida, cultura, sociedad, economía, política; los seres vivos: su preservación, y vida en libertad y en naturaleza; La Tierra y el Universo, dignos de amor y cuidados.
          La búsqueda de una verdadera sabiduría, que parte del conocimiento interior y se aplica al exterior de un modo responsable, consciente, motiva, junto a la generosidad y la empatía con el resto, nuestro deseo de vivir y de crecer. "Crezco para que crezcas, para que todo vaya mejor".




miércoles, 11 de mayo de 2016

El Camino de la meditación. Búsqueda del verdadero ser humano.

           Violencia. La locura está muchas veces caracterizada por estados alterados de la conciencia. Pero esos estados, conocidos como EAC, son muy diversos y no siempre relacionados o achacables a ella. No siempre los trastornos psíquicos acompañan ni al delito ni a la anormalidad (escaparse de la norma). El delito en todas sus formas es, muchas veces, un signo de falta de desarrollo en algún aspecto, pero la sociedad con sus características, y sobre todo el poder político, el régimen, el momento histórico, la cultura, la religión, las costumbres... marcan lo que es crimen y lo que no, lo que está dentro o fuera de la ley. La ley, muchas veces, lo que protege es lo establecido. De este modo, ayuda a consumar y perpetuar, a menudo, la desigualdad y la injusticia social. No deberíamos confundir lo justo con lo legal, lo legítimo con lo juzgado. ¿Quiénes somos los hombres para juzgar el comportamiento de otros hombres -y además castigarles-, si casi nunca nos ponemos entre nosotros de acuerdo, ni encontramos la objetividad de los hechos acaecidos, ni sabemos hallar con cierta exactitud cuándo nos mienten o cuándo nos dicen la verdad? Ni un grupo de ciudadanos al azar, ni un profesional especializado, quien para lograr el puesto se aísla durante años del mundo para memorizar un temario de locura. El mismo a quien después de aprobar (retener el temario), tras sucesivos intentos, sin saber mucho de la vida, por el propio devenir del opositor, de la noche a la mañana todo el mundo baila el agua y llama Señoría. ¿No se hincharía cualquiera en esa situación? ¿Seríamos, pues, los indicados para juzgar cualquier comportamiento humano? (De ello sabríamos muy poco). ¿Seríamos capaces de comprender al desposeído, al discriminado o al fracasado social, o de reconocer y valorar humanamente la disminución psíquica o física, o la diferencia, sin más? Mi convencimiento es contrario a todo ello.


                                           


           Una pacífica libertad hallada en el amor al otro y a uno mismo, olvidando las teorías que defienden por productivo un comportamiento egoísta -y de este modo justifican el modelo social e histórico que vivimos-, se encuentra convenientemente a través de la mirada compasiva cuyo camino es personal, y se practica día a día (o ese es mi caso) mediante la meditación, y en general la búsqueda del desarrollo personal. Si la única ambición de los seres humanos que describo es la de crecer para dedicarse al otro, si queremos mejorar sin tregua, con la mirada puesta en los demás hombres, primero, y luego en todo lo demás, y lo que nos informa es el amor, lo único que podríamos temer es la cruz o la hoguera, ejecución que llevaría a cabo el garante de los intereses egoístas. Soy distinto, sí: Pero todos somos, en cierto modo, distintos también, hasta que nos identificamos unos con otros amorosamente. El desarrollo personal posibilita la serenidad y la paz internas y externas, amén de una real productividad basada en la creatividad y la sostenibilidad, pues todo es amado, y en ese sentido, y sólo en ese, podría considerarse una práctica de consecuencias conservadoras. Una producción sostenible, no ambiciosa, no creciente por sistema, en la que priman las necesidades verdaderas del ser humano; una humanidad que piensa y siente al unísono, resonando; y una vivencia del arte y de la fiesta, pues eso es vida, caracterizan el discurrir de un ser humano realmente humano, crecido, que encuentra al fin la felicidad propia y la convivencia con las demás criaturas.



   

          La imaginación a nuestras vidas, pues el poder está en todos y cada uno de nosotros, seres maduros, a los que les falta encontrar, todavía, su centro, pero que poco a poco van hallándolo, convirtiéndose en seres creativos, pues no dejaron de serlo nunca. Nos cortaron las alas de la libertad creativa haciéndonos dudar de nosotros, de nuestra capacidad. Pero la confianza es devuelta: Creo en ti, como en mí y en los otros, pues a todos amo, a todo. Y así, la fiesta vuelve a nosotros, que vivimos en el paraíso venidero. Ya no añoramos, sino que vivimos el presente continuo de los niños, pues como ellos somos, nada más que como niños libres, como niños sabios, como niños felices y sin traumas. Una sociedad en la que no se hacen distingos ni exclusiones, en la que todo late al unísono con el corazón universal.





          La ciencia y la inteligencia no están reñidas con la sabiduría y la espiritualidad. Se trata de desarrollar todas nuestras potencialidades:

                                               Lo que niegas, te somete.
                                               Lo que aceptas, te transforma.
                                                                    Carl Gustav Jung 






                                                                          (Fotografías 1 y 2 sobre violencia, y 3 y 4 sobre  
creatividad, elaboradas por el autor del artículo).



lunes, 9 de mayo de 2016

¡Muerto en vida convertido en homo ludens!



          Y después de los primeros ejercicios de rehabilitación, la reapertura de la herida, el paso atrás, vuelta a los dolores, hospitalización, cirugía, y en suma: cabestrillo y vuelta a la niñez. Una niñez que vuelve a ratos en los momentos de inseguridad, cuando, sobre todo, prima el sentimiento de culpa, cuando no he sido o no me he acercado a alguna de las perfecciones en las que todavía creo.
          Y esto es así, pues el infante con uso de razón que fui era tieso como un palo, rígido sobre todo con él,  pero también con los demás, y su respirar era el de un enfermo del corazón, con una  insuficiencia cardíaca y respiratoria que provocaba yo mismo, llevándome al límite de mis fuerzas y energía en todo momento. Siempre tenía que dar el do de pecho, en cualquier lugar o situación, pues no podía ni siquiera quedar segundo en nada, so pena de recordarlo tanto o más que las grandes hazañas, para las que sin duda un tipo como yo estaba llamado. Así pues perfeccionismo exacerbado, llevado al límite de lo humano, de mi propio cuerpo, de mi propia alma podría decirse también, vistos los resultados más inmediatos.
          El impúber que yo era, desembocó en la pubertad como un toro en el albero, sin mirar cómo ni por dónde le venían los capotazos y las banderillas. Prometía, pero terminé siendo burlado una y otra vez, y luego devuelto por manso y paseado por todos los pueblos de la geografía en festejos humorísticos, siendo el hazmerreír de todo un planeta. Proverbiales y míticas eran mis espantadas, y se me consideraba más castrado que los propios cabestros de los cosos que pisé. Y basta de emplear un lenguaje taurino -lo aprendí de la mano de mi abuelo-. También veía el boxeo con verdadera pasión. Me parece que esa sed de violencia era resultado del calvario que estaba pasando en plena adolescencia y entrada la juventud. De todas formas, era sin duda, en mi caso, producto de un complejo de inferioridad manifiesto. Lo mismo he de decir de mi afición desmedida a los deportes televisados, ya que cada vez practicaba menos (los resultados no eran los de antaño). Cantaba las glorias de otros, ya que no podía saborear sus mieles. Lleno de irresolubles condenas perpetuas, hasta el fin de los tiempos, mis traumas que eran algo notorio para los extraños, por mí no eran reconocidos públicamente. Pero a la vez venía  el encierro, el voluntario enclaustramiento, la soledad, pasto onanístico, la pérdida de Dios, la añoranza de lo exterior a mi cuarto y la mitificación de una infancia que en esos momentos y posteriores, por contraste, creía había sido feliz.
          Por lo tanto, el cerrojazo y las horas muertas leyendo o mirando a través de los visillos. Aún recuerdo mi sorpresa al leer un relato en que, creo recordar que una niña, se encerraba del mismo modo que yo y se dedicaba a observar a los otros chicos y chicas a través de unas cortinas que siempre delataron al mirón. Me identifiqué con ese personaje y entonces supe cuán enormemente raro me había hecho, yo alguien que hasta los trece años no se había permitido fallar. (Bueno: De los siete a los trece). Luego de la soledad y la depresión, vinieron momentos de salidas con amigos, en grupo, viajando, muchas veces en autoestop, edad en la que me entregué a un nivel de drogadicción que un chico de mis características no podía soportar.
          Locura y represión, son consustanciales al menos en la historia occidental. No, ya no nos quemaban, pero sí se daba y se da el encierro, de nuevo el encierro, y la drogadicción de otro tipo. Sin un buen diagnóstico ni orientación, una nula explicación de las características de la enfermedad mental, así como de su profilaxis, sus consecuencias y su curso en el tiempo, únicamente provisto como enfermo de tratamiento farmacológico acompañado de represión -al psiquiatra no siempre se le ve el plumero aunque lo tema, nadie está sano-, bajaba la cabeza ante la mínima reprimenda, y un miedo y una desprotección, insólitos en el propio devenir anterior, marcan una serie de sensaciones difíciles de describir sin quizá llevar al lector a la náusea. De momento, pues, soslayo el asunto y llego al momento de un nuevo trauma, una nueva desgracia, pero esta vez es la muerte de mi hermano y el desencadenante de un contacto con el fondo. El naufragio se había consumado, pero el tesoro,sumergido, reposaba sobre arena blanca.
           Sólo quedaba mejorar, y eso hice día a día. Todo iba cada vez mejor en todos los aspectos: En el profesional, en el amoroso, en el de las amistades, en el de la escritura, que hasta entonces sólo había sido una válvula de escape, y ahora se convierte incluso en el leitmotiv de una profesión: la de periodista, que jamás desarrollaría convenientemente, pero a la que llego a través de la escritura, una costumbre machacona, obsesiva y de todo punto necesaria. Mi gran preocupación previa ante el papel en blanco es la poética de los textos, o lo que entiendo por ella: Las motivaciones, intenciones, fines del texto escrito, a quién puede servir, a quiénes se dirige, la postura ante la creación artística, si es lícito reclamar la paternidad de la obra y los consiguientes derechos, vivir de ello...
          Vinieron años de juventud tardía, convivencia con pareja -Una verdadera convivencia que se dilata en el tiempo y llega hasta nuestros días-. Pero vivía en una cronicidad, en un tibio día, tibia noche, días sin sucesos, sin cambios. Hasta que buscando, y después de recibir terapia psicológica individual y de grupo, comienzo a meditar...
          Sí, comienzo a meditar, y todo al cabo de unos meses, quizá de medio año, va moviéndose. De pronto suceden cosas en mi vida, no estoy condenado a cuidar,  sino que lo deseo, pero no me circunscribo a esas personas. Y todo comienza a cambiar, a ir mejor, de otra forma al menos; para mí y para los que me rodean. Vuelvo a estar vivo -o eso es lo que siento-. Tengo ganas de vivir, de madrugar, de hacer muchas cosas al día. Me atrevo a hacer actividades nuevas y los cambios me gustan, se me dan bien, aprendo rápido y sin miedo. Cuando se va cumpliendo un año desde el comienzo de mi meditación, se producen aún más cambios: me marcho a vivir solo y me centro en la creación artística. Esta actividad, frenética, había comenzado meses antes pero ahora se acelera.
          Y de pronto, en medio de la efervescencia de una juventud vivida en años de madurez avanzada, de amor a la libertad y a la vida, al ser humano y a la cultura, ahora que vivo sin miedo y reparto amor por doquier, que definitivamente me hago persona, hombre de bien, hombre creativo, homo ludens, sufro el accidente que me aparta durante meses de dicha actividad.
          Hoy en día, comenzaba la rehabilitación, todo iba sobre ruedas físicas y mentales, pero unos tornillos vuelven a afear mi evolución y hay que volver a abrir sobre lo abierto. "Quién me presta una escalera..." recuerdo la Saeta de Machado, salvando las inconmensurables distancias.