miércoles, 23 de marzo de 2016

Obras son amores...


        Después de mes y medio de infierno, va llegando el purgatorio. -Lo que no sé es qué estoy purgando, ya que no he sido demasiado mal tipo-. Pero todos tenemos algo de hijos de puta, y en mi caso, por cuenta propia personal. Tiene gracia cómo represento mi papel, normalmente con varias facetas, algunas muy similares entre ellas, y casi siempre creo ser un individuo sincero. (Nunca más lejos de la realidad).
        Si represento un papel, si soy un cómico en mi vida, es, sobre todo, ante mí mismo. De este modo, engañándome, hago mi discurso más convincente: Lo extremadamente bueno que soy, lo injusto de la situación, pues siendo tan buena persona, los demás me la pagan así: haciéndome enormes e imperdonables putadas. Además, casi siempre he sido un incomprendido. De manera que se han sucedido, en mi perra vida, situaciones y sucesos que claman al cielo: ¡Qué habría sido de mi posterior devenir, si, en vez de haber sido condenado y vilipendiado, se hubiese sabido la verdad de mi inocencia...! El castigo consecuente continúa aún hoy, y eso es debido a mi obsesión, a mi enganche con las circunstancias de aquel pasado no resuelto.


        Fui injustamente condenado y gritaría al viento mi inocencia, pero no puedo expresar, relatar, lo que ocurrió realmente. Han de ser ellos, los demás personajes de aquellas escenas, quienes debieran darse cuenta de la situación, del equívoco. A tamaña sinrazón y desmesurada soberbia llego, pintándolas de beatífica, infinita humildad. Vivo así en el escenario de una comedia de enredo que sucede dentro de la cárcel, y entre nosotros, los presos, está muy mal visto presumir de inocente.

        Podría haber optado por no hablar en primera persona, cayendo en la excusa de que todos somos hermanos, similares; pero los trastornos, los caracteres, las herramientas que cada uno utiliza de forma recurrente, la vida que se repite, la historia tartamuda, tienen en cada uno su propia índole, y quiero asumir lo mío como mío, y no refugiarme en el mal de muchos o en la virtual protección del rebaño.
        Si alguien es un borrego, ese soy yo, en el peor sentido. Un borrego al que educaron para ser original -lo que no he conseguido-, para que tuviera personalidad -recuerdo las risas que me ridiculizaban si hacía algo de forma parecida a otro, si me dejaba llevar por los otros-. De esta forma, he sido casi obligado -pues de niño aprendí a traicionarme y a traicionar a los demás-, a no copiar, a no imitar; y si lo hacía, debía avergonzarme...
       La única forma de superar esto, fue para mí, primero, darme cuenta de lo que me ocurría, de mis enganches, de mis obsesiones, de mi reiteración. En definitiva: De mi enfermedad. Ahora no me ato con tanta facilidad a esas trampas. Ni me creo ya un santo -aunque todavía viene a mi cabeza esa tentación- ni es para mí imposible reconocer las influencias: Cito a las personas ejemplares, reconozco que las admiro, incluyo frases de otros, sin tanto pudor, con el fin de curarme ¿definitivamente?

        Pero la vida es un ir aprendiendo, y temo, y me duele, saber que moriré antes de haberlo logrado, de haber triunfado de algún modo; antes de hacer algo realmente importante para los demás, para vosotros, para la vida de los que venís detrás. A vosotros los jóvenes, los niños, me debo principalmente; además de a mí mismo, a todos, a todo. He venido a este mundo, no a sacar un suficiente y pasar sin pena ni gloria.  Creo en la entrega al disfrute, y en el disfrute de la entrega.



        La vida es una oportunidad, ¿Voy a desaprovecharla, cuando no tengo otra cosa? Nací y me condujeron a esta sala que es la antesala de la muerte. Y esto es una gran verdad. Puedo jugar a las cartas, pasar el tiempo, pero yo prefiero romperme la crisma para saber algo más sobre ello: Qué hay fuera de esta celda, quién soy yo, y quiénes son mis compañeros en el corredor de la muerte -por los que siento solidaridad-. Quiero dejar la sala más habitable de como la encontré, más  limpia, más digna de ser vivida; y, si fuera posible, escapar y llevar conmigo a quienes también planean su fuga, pues lo considero mi primer deber como ser libre: Saciar mi sed de grandes espacios, de paisajes bellos, como espíritu amante del sol, del aire puro y del verdor; en potencia, degustador de la maravillosa y necesaria música del piar de los pájaros, de su majestuoso vuelo y de sus bellos colores; amante, en definitiva, no de la muerte y el conformismo en mi destino, sino amigo del amor a todo, ávido del calor de los abrazos. Pues a eso he venido: A amar. Poco más de provecho puedo hacer, amén de vivir consciente hasta la muerte. Si, efectivamente, llevo yo hasta sus últimas consecuencias esta máxima, todo va a ir de forma diferente: Voy a ser más feliz, y los que me rodean, también, en mi medida. ¿Y entonces?