Mal aire, no es el que viento provoca, sino aquel que acudió a mi boca, tras consumir las torpes viandas que en vuestra casa prepararon, Clarisa, en tan funesta hora, que pienso celebrar la fiesta, de hoy en adelante, año a año, como semana de duelo, pues terminé la jornada con truenos y fuegos artificiales, que remediaron galenos con tisanas de amargas hierbas, ventosas, sangrías y otros tormentos, y recobrar color una pizca, me llevó siete días, con sus noches que pasé todas en vela, tanto así que quedé sin parafina, y vos del todo muerta, pero que muerta de risa.
En mala hora acudiera a vuestra cita, que anunciabais cual banquete, Clarisa, pues lo que allí vi, oí y aun probé, no se parece en nada a lo que se acostumbra en salones y comedores a la hora del manjar. Y ya a varias cuadras de distancia era anunciado con bombo y platillo lo que después llegaría, y perdonadme ahora porque saltan lágrimas al rememorarlo, que es doloroso saber que se pudo evitar mi posterior malandanza, pues a dos manzanas del fatídico destino, ya empezaron para mí los mareos a causa de los efluvios que vuestras cocinas exhalan: señales de un ángel que acudía tratando de evitar lo irremediable. Y ya desde la lejanía, los muros hacíais temblar con carcajadas y risas.
Así pues, os relamíais, Clarisa, mucho antes del disfrute que os produjo me sentara a vuestra mesa. Más ninguno de los presentes en esa pantomima, creyó que iba yo a comer ni a beber cosas ni medio sanas, y sin embargo todos seguros estaban de que cumpliría lo pactado en perdida apuesta y no pondría reparo en recibir como pastelillos lo que vos ibais a perpetrar.
Al entrar, os dije: "Comer en vuestra casa, válgame Dios, me duele. Y no porque mi bolsa rasque, pues si pagando me eximiese de mover aquí el bigote, vaciara yo con gusto monedero, cartera y aun devorara mi chequera, y ansí con ello evitare sentarme ante vuestra mesa"
"Pero carta en la mesa está presa" contestasteis. "Y lo prometido es deuda, Don Alfonso, y lo habréis de cumplir"
"Más que promesa fue apuesta" dije. "Pero en asuntos de honor tanto vale en una como en otra, y he de cumplir mi palabra, aunque se me vaya en ello la vida"
"Patas abajo se os irá y con mal olor" respondisteis vos, y es de aclarar ser verdad que por mostrarme hombre valiente y de palabra, a luego hube de cagarme (y con perdón).
"Pero carta en la mesa está presa" contestasteis. "Y lo prometido es deuda, Don Alfonso, y lo habréis de cumplir"
"Más que promesa fue apuesta" dije. "Pero en asuntos de honor tanto vale en una como en otra, y he de cumplir mi palabra, aunque se me vaya en ello la vida"
"Patas abajo se os irá y con mal olor" respondisteis vos, y es de aclarar ser verdad que por mostrarme hombre valiente y de palabra, a luego hube de cagarme (y con perdón).
Pavor dábanme las servilletas escuras, que de cubiertos, mantelerías y copas parecían plañideras. Era todo mohoso e infecto, tal es así que no había espacios entre los tenedores, ni hueco en cucharas para meter la sopa, de sucios que se encontraban, pues de alacenas os servían, guardando comida atrasada, seca y más que curada y fermentada. No valían para otra cosa, tan romos cuchillos en esa vuestra mansión, sino para rascarse la espalda, y para ello vos los usabais, a mi vista, mientras presumíais desconocer el jabón.
Horror producían las bebidas, que la sed multiplicaban, tan picantes. Las verduras y las sopas no asustaban por ellas mismas, mofándose de la justicia bajo una capa de grasa gruesa que no podía oler más rancia. De la carne no tuve queja en un primer momento, hasta que espantado vi por sus restos, con los se os antojó decorar sillas y mesas, de qué monstruos se trataba. Del pescado, mejor no hablar, sólo que debió de robarlo del mar el joven Matusalén.
Horror producían las bebidas, que la sed multiplicaban, tan picantes. Las verduras y las sopas no asustaban por ellas mismas, mofándose de la justicia bajo una capa de grasa gruesa que no podía oler más rancia. De la carne no tuve queja en un primer momento, hasta que espantado vi por sus restos, con los se os antojó decorar sillas y mesas, de qué monstruos se trataba. Del pescado, mejor no hablar, sólo que debió de robarlo del mar el joven Matusalén.
Tras la ingesta, me sacasteis de la mansión en volandas, llevándome sobre dos andas que las llaman parihuelas. Portábanlas mayordomo, cocinero y dos doncellas, y nos seguía en cortejo un grupo, desaliñado, de descarados criados, a quienes considero con razón mis verdugos, bailando todos al son de los alaridos que, pobre de mí, profería a voz en grito, pues me veía ya en la caja do nos guardan para San Pedro, regalados. Y vos chillabais: "¡Me meo!". Y yo añado ahora, Clarisa, que os mearais o no, sería sin duda de risa. (No puedo decir lo mismo).
Pero, al fin, aquí estoy: Vivo, aunque no sano, pero estoy. Y mi palabra he cumplido. Queda la flecha en vuestro jardín clavada. Os toca ahora cumplir con el resto de lo pactado.
Pero, al fin, aquí estoy: Vivo, aunque no sano, pero estoy. Y mi palabra he cumplido. Queda la flecha en vuestro jardín clavada. Os toca ahora cumplir con el resto de lo pactado.