jueves, 24 de noviembre de 2016

A casi dos semanas de tu marcha

[Texto que precede en el tiempo al anterior]

¿Por qué tiene que pudrirse el cuerpo de una madre?
¿Por qué ha de descomponerse un cuerpo tan querido, que fue mi primera morada, que albergó el vientre donde fui creado, concebido, donde me convertí en un ser humano, en cuyo líquido amniótico fui tan feliz y disfruté de tanta paz que no recuerdo siquiera, cuyas atrayentes reminiscencias me retrotraen a un paraíso perdido del que recién nacido fui expulsado a este puñetero mundo de niños caprichosos que sólo quieren ganar y demostrar que son mejores que el resto…?
Y ahora, madre, ahora que ya no estás conmigo, una soga ardiente aprieta mi garganta y me conduce a tan mal trago que brotan las lágrimas y mi llanto se ahoga en un dolor, en una pena y en definitiva en un suspiro que no rearma sino rompe, que me destroza lentamente cuando siento cómo tu querida carne, la carne de mi carne y de la de mis hermanos, la sangre que nos alimentó y animó, acrecentó nuestros organismos, nos moldeó como obra tuya, se consumen en la pavorosa oscuridad de una tumba fría y húmeda como la piedra cuando llueve…
Y yo no puedo consentirlo. No puedo aceptar que aquellas manos que acariciaron mi cabecita de niño cuando me consolabas, en este momento se hallen yertas, heladas, sin la vida que me diste, sin tu sonrisa, tu palabra, tu voz de niña, que lo eran todo para mí en aquel tiempo, y aún hoy eres tan grande…
Y en esta tarde triste, cuando ya hace once días que te marchaste sin casi hacer ruido, te escribo a ti, madre, a ti que aquel día fatídico pedías que te arreglaran, que te dejasen guapa, quizá porque presentiste que todo se precipitaba, e ibas a ser expuesta durante veinticuatro horas a un público que acudiría a tu última actuación, tú que siempre fuiste tan coqueta…
La verdad es que te dejaron muy bella, parecía que te hubieran restado veinte años, y estabas tan bonita, tan digna, con tu melenita, elegante y ligera, distraídamente despeinada....
Y Juan Manuel y yo te besamos como si no hubieras muerto, con enorme amor y delicadeza, como si fueras la Blancanieves de tu cuento, de tantos cuentos con que lograbas que nosotros, tus tres hijos, comiéramos cuando éramos aún tiernos, pequeños. Cuentos que jalonaron nuestra infancia, leídos, relatados por ti, por nosotros, por los abuelos y por todo aquel que quiso acariciar nuestro atentos oídos con la sesión continua que hoy nos hace a los tres sentirnos unidos, hermanados en un patio de butacas, en que asistimos a la proyección de una película de la que has sido en muchos momentos protagonista muy principal.
Por todo ello, y porque no cabe en mí el sentir, y quedan cortas todas las palabras, es por lo que ahora busco un alternativo hasta pronto, un nuevo hasta luego que me permita seguir viviendo, soportando tu pérdida, tu vuelo hacia lo infinito.
Debería estar contento mas ¡Qué triste, qué doloroso es que llueva estas jornadas!, porque sé que tú y mi hermano pequeño estaréis mojándoos boca arriba… y yo, empático, mojo mi rostro inquieto con lágrimas que brotan del manantial de unos ojos cansados de haber visto demasiado, de haber contemplado tanto pesar como el que mis cuencas vacías captaron a lo largo de los años.
No. No me tocó precisamente la lotería, y sin embargo ésta y otras amarguras ornamentan de vida mi paso por la madre tierra por todos ultrajada. Una tierra nutricia y acogedora a la que -aun enredándose mi voz como yedra en antiguos, carcomidos muros-, te entregaste sosegada en aquella mañana de otoño que desde entonces es comienzo y es final, y quejido y nostalgia de la feliz primavera en que, con ojos como copas de árboles, vi tu cara sonriente por primera vez. Por fin, puedo asegurar que aquélla y tú ya sois la misma. Con ello, mi ardiente deseo se ha cumplido, y puedo relajarme en pos de un descanso que sólo tu paz puede otorgarme.


No hay comentarios:

Publicar un comentario